I. La Liturgia de la Iglesia es un auténtico manual para el conocimiento de la fe de los
creyentes. Lo que creemos más lo que celebramos + lo que vivimos son tres aspectos
de una misma realidad aunque cada uno de ellos subraya un aspecto particular de la
misma.
Lo que creemos se refiere al misterio de la fe, en su verdad y en su armonía. Lo que
celebramos se centra en la liturgia de la iglesia, que “escenifica” sobre el altar el
misterio que profesamos. Y lo que vivimos remite a las actitudes y comportamientos
que hemos de tener para vivir en coherencia con lo que creemos y lo que celebramos.
Es en el altar donde verdaderamente nos encontramos con el niño nacido en Belén.
Aquel pequeño nacido en “Casa del pan” es ahora, en verdad, el pan de vida que
sacia nuestra hambre y nuestra sed y nos permite caminar hacia adelante como
testigo de una luz nueva.
II. El nacimiento en Belén no es una casualidad sino que responde a un designio, a un
proyecto de Dios, que encontramos expresado con toda claridad en Isaías 8,23-9,7:
El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de
sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos. Multiplicaste la gente, y
aumentaste la alegría. Se alegrarán delante de ti como se alegran en la siega,
como se gozan cuando reparten el botín. Porque tú quebraste su pesado yugo,
y la vara de su hombro, y el cetro de su opresor, como en el día de Marián.
Porque todo calzado que lleva el guerrero en el tumulto de la batalla, y todo
manto revolcado en sangre, serán quemados, pasto del fuego. Porque un niño
nos ha nacido, un hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se
llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe
de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de
David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia
desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará esto.
Se trata, por tanto, de una esperanza que ha encontrado, finalmente su cumplimiento.
Originalmente, aquella esperanza en el Mesías fue política: se trataba de salvaguardar
la dinastía de David. Con el paso del tiempo, a partir sobre todo del destierro, se
ampliaron aquellos horizontes meramente temporales y políticos y se convirtieron en
cualidades permanentes del rey de Israel: pan, justicia, prosperidad…
III. Los primeros cristianos entendieron que aquella esperanza mesiánica se había
cumplido en Jesús, el hijo de María, el que vivió nuestra propia historia, pisó nuestros
pasos y cargó con nuestras propias penas.
En consecuencia nosotros vivimos la Navidad como profecía, memoriam cumplimiento
y esperanza.
Los villancicos, los turrones, la misa del gallo, la cena en familia, el champán, los
belenes, la ilusión y la nostalgia, la nostalgia del ayer y la esperanza del futuro…
forman parte de la Navidad. No cualquier navidad, sino la Navidad cristiana, nuestra
esperanza.
JACINTO NÚÑEZ REGODÓN
DIOCESIS DE PLASENCIA



